Hoy, al medio día, vienes tú descendiendo, el amanecer en sus rojos resplandecientes ha hecho para ti un cauce de vida que comprende.
Cual río que corre desde lo alto a lo profundo, vas iluminando y dejando brillar tus menesteres. Tus alas se extienden por el horizonte entero y abrazan por el día desde el cielo.
Ya pasado el ocaso te quedas con tus alas quietas esperando. Miras con la paciencia y la dulzura, miras con la llama que enciende, miras un poco más por los pulsos que llevamos desde la sangre en su torrente.
Blanco como la nieve milagrosa, blanco como las nubes que se forman, blanco como la espuma de cada ola, blanco como la pura flor que perfuma.
Te sientas y apoyas tu rostro intangible en el hombro de nosotros. Susurras las palabras hechas de hebras finas de la misma voz prístina.
Dices, dices y anuncias: "Si la semilla se acuesta bajo la tierra a dormir y viene el cielo y le rocía el agua sagrada del Verbo, y viene el sol y le dona el calor inmaculado de la Luz, y vienes tú y le admiras ayudando su erguimiento y le das de ti tu forma, tu manera y le podas. Crecerá así una rosa del color de su esencia y será ella una potencia que trae en sí cientos de nuevas rosas."
La vela que se hace de un fuego que vemos se sostiene titilante para vivir el adviento. Y admirando lo que combustiona, lo que se muestra en este atisbo del misterio, escuchamos atentos la lira que rozan sus pulcros dedos.
Nuevamente el ángel apoya en el hombro de nosotros su verso: "La música que doy son las notas de tus pasos que has hecho esfuerzo tras esfuerzo. Toco para todos la partitura de tus actos y levantan sus corazones los vivos y los muertos."
Luego el intervalo en el pecho deja abierto el sendero y regresa por el río de la noche que alumbra la venida de lo inmaculado, veraz e imperecedero. Lleva esta música sublime y desaparece sonriendo...
Iris Leal