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Aquel es el valle de soles que emerge del mismo silencio, aquel es el lecho del lago los cielos recorren sus dones profundos, loases, inmensos frente a mis credos se imponen.
Admiro los días que pasan mis cantos aún los recorren mis llantos en ellos se esparcen mis penas calladas se abren.
El lago ampara mi gesto refleja los tonos del tiempo penetra en mi rostro siniestro aquel que escondido revelo.
Dolor de dolores mi piel dolor de dolores mis ojos dolor de dolores mis labios dolor de dolores mi pecho dolor de dolores mis manos dolor de dolores mi sangre... dolor de dolores que siento dolor de dolores es cierto.
La luna menguante del alma camina en el lago de plata se aleja sin darme la espalda mira mi cuerpo deshecho.
La noche estelar perfunde tendida en la orilla me encuentro sin cuerpo, sin alma, sin soles, sin lago, sin luna, sin credos sumida en lo obscuro del verso tendida, dormida sin sueños.
No hay canto, no hay cielo, no hay flores no hay vida, no está, está muerto.
El fuego se enciende imprevisto estrella fugaz que aparece en medio de mí se ha prendido aquello que nunca perece.
El ángel del ángel suspira su hálito fuegos aviva las llamas que entibian al miedo le aferran ternura y pureza ya sé que mi niño está cerca que atiende su arte y proeza.
Mis ojos se abren con pena mi cuerpo se yergue otra vez mi alma de luna naciente los soles y el lago en mi mente.
Aquel es el valle de soles donde mi niño es un rayo dorado que llega hasta el fondo del lago y alumbra el misterio sagrado.
Aquel es el lecho del lago donde mi niño y yo conversamos mi voz puede incluso rozarlo yo lloro y lloro y le canto anhelo otra vez abrazarlo.
Iris Leal