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La Tarea



La maestra se mira al espejo por última vez antes de comenzar su clase, suspira hondo y mira cada rostro frente a ella. Escucha los pájaros, la suave brisa, los punteros del reloj, el latido que emerge de su pecho. La maestra comprende que nada sabe y la oportunidad de aprender de aquellos alumnos es su vida. Por las noches toca su guitarra en el patio y deja que su pensamiento viaje a los astros, canta fuerte, llega alto, la maestra luego duerme.

El alumno camina tarareando, sucede tanto a su alrededor, que la piedra que recoge en su trayecto se convierte en tesoro, mientras aprieta un poco más fuerte la mano de su madre que lo lleva. El alumno sabe. Las campanas de la iglesia suenan a la misma hora de siempre, el sacerdote desde el altar desteje el enredo de su alma. El tono del cual se afirma, el cual le enseñaron, pierde rigidez y por primera vez llora. Deja caer la lágrima humana del hombre que la inspira, y el sacerdote vuelve a la tierra, a escuchar desde las bancas la misa. El periodista frente a una vela medita. Ora antes que el sol lo espíe y luego su lápiz no es más que un lápiz, y él es él. Su noticia es personal y la guarda. La niña salta la cuerda que da tantas vueltas, y cuando se enreda en su cuello en una casualidad secreta, la desenrolla y vuelve a su casa. La mesa puesta, el té con leche donde se sienta, al lado su hermano. La niña relata entre pan y mermelada que le duele la garganta, que le aprieta fuerte mientras todos callan. La lluvia del sur escampa, el alemán traduce un poema indígena de la zona. Maneja el idioma como quien sabe contar sus dedos. El poeta mapuche satisfecho ve avanzar el verso. Fuerte sigue silbando el viento. El dueño de la inmobiliaria atiende una llamada urgente. Detiene su auto, escucha atentamente y cuelga. Remanga su camisa y abre la ventana. Corre una gota de agua por su pálida cara. Sabe que un contrato más lo llevará lejos. Sabe que si sigue viendo a esa mujer le costará caro. El dueño de la inmobiliaria toma su blackberry y manda un mensaje a su hijo adolescente. Firma el contrato y el dolor en su estómago vuelve. En el reality la vanidad ha dejado pasar la belleza y la modelo atiende a su hija enferma, y el actor deja de saltar de careta en careta llegando a su esencia, por amor al arte. El escritor se desprende del control remoto y toca el papel hasta arrugarlo y la nostalgia de la tinta lo embarga y lo comprende. El escritor pide perdón, lo pide desde el papel blanco y surge la rima y el verso, la prosa de hierro hasta afirmarlo. El escritor abre su puerta y camina, va a conversar con el vagabundo de la esquina y por primera vez lo mira.


Iris Leal

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