
Por la noche que se hace sobre cada uno de nosotros, por cada lucero que se enciende entre este basto firmamento recoge de ellos sus miradas de destellos y por aquel sendero que no vemos viene avanzando este ángel lila del día y del real sueño.
Es tan sutil su vuelo que podría sentirse como el constante rumor de los trigales. Astro tras astro se acerca y trae una voz de seda.
Su canto se posa en la obscuridad más densa y enciende ahí su pura vela. Este fuego hace que los fuegos de la vida prendidos entibien y eleva un canto de cantares, una paz insondable que permite renacer y percibirse frágil y fuerte, calmo y audaz, servicial y firme, valeroso y certero.
Sus ojos ven los fondos del amor, la humilde morada donde dio a luz María y lloró por vez primera el Salvador. Sus ojos inundan de devoción el alma y le dan serena virtud de oración.
Sus ojos diluyen las sombras y donan por un instante eterno la verdad. Sus ojos abren el portal violeta de la tierra, el cielo, el sueño y la realidad. Sus alas envuelven el nacimiento que en cada ser se puede dar. Su voz es como el suspiro que siente el hombre al nacer un niño, un milagro que ha sido esfuerzo de tanto y tantos en su camino.
Levanta su lira y reparte aquel don que se hace del acto mismo del amor. Obra tras obra toca este querubín y dora las almas que le dan de su existir. Ya viene la luz, ya llega la verdad, ya se acerca la bondad, el día es luego de la obscuridad una ofrenda generosa que nos une...
Iris Leal